7 de Septiembre, 2009El Cerro de las Campanas
Por Adriana Echánove - 7 de Septiembre, 2009, 16:16, Categoría: Paquete Cuento
Tras varios minutos de caminata acelerada —el crujido me había puesto nerviosa—, alcancé la reja que delimita el cerro. Apoyé un pie apresuradamente en la barda de la que nacen los ya conocidos tubos verdes y, con la facilidad que otorga la costumbre, salté la reja. Ascendía por la escalera que lleva hasta la capilla —aquella en la que Maximiliano, Mejía y Miramón fueron fusilados 140 años antes—, cuando percibí un sombra recortada contra la luz de uno de los faroles del centro religioso. Agachada, fui acercándome a una de las cuevas laterales. No recordaba haber visto nunca un velador. Desde mi escondite traté de ver con mayor claridad aquella sombra y encontré otras dos siluetas. No pueden ser veladores, a lo más puede haber sólo uno, pensaba cuando uno de los contornos movió el brazo, dejándome ver con la luz que bañaba el fondo, una especie de túnica colgando de él. Murmuraban. Las voces parecían femeninas.Una de ellas se sobaba las manos, extraño, puesto que no hacía frío. Otra figura levantó los brazos y, de atrás de la capilla, aparecieron pequeñas figuras que cargaban a un niño. Decidí acercarme. Corrí, lo más encogida que pude, hasta una gran piedra más arriba. Desde ahí pude ver con facilidad que eran tres mujeres, con oscuras túnicas mal cuidadas, como si se hubiesen pasado sobre las llamas, dejando hoyos en algunas partes y una desagradable firmeza en la tela que aún permanecía. Parecen... no, no pueden ser eso. Y los otros seres, son como... enanos, o gnomos. Qué diablos está pasando, me pregunté mientras una de ellas sujetó al niño. No tendría más de siete años y estaba amarrado de pies y manos, en la boca parecía traer un suéter amarrado. La mujer puso al chiquillo en el piso y se agacho sobre él. Cuando se levantó pude ver que había mordido su cuello puesto que alcanzaba a ver la mancha líquida, que manaba de él, avanzando con frialdad por el suelo. Apenas ví la sangre, otra arpía le sacó los ojos al niño que, pese a la inusual mordaza, alcanzó a emitir un agudo lamento. Introdujo uno de los ojos en su boca y lo masticó, ofreciéndole el restante a la que aún no había lacerado al indefenso infante. No sé si fue la impresión la que me mantuvo observando hasta ese punto, pero era el miedo quien ahora me decía que corriera. No podía hacer nada por salvar al pequeño. Gateé lo más rápido que pude hacía la reja verde, tratando de utilizar las cuevas y piedras como amparo. Brinqué la barda más rápido que nunca, mi pantalón se atoró con uno de los picos, cuando caí al otro lado corrí con pierna y pantalón desgarrados. Me encontraba a unas cuadras de mi casa cuando escuché de nuevo el chasquido, miré el cielo y esta vez descubrí qué lo causaba: tres enormes bolas de fuego volaban en dirección contraria a la mía. Recordé la historia que me contaba mi madre cuando no quería obedecer: Son las 11:30p.m., si no te duermes, las brujas van a venir por ti y se comerán tus ojos en el Cerro de las Campanas.
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Etiquetas: adriana echanove, cerro, Campañas, cuento, hada urbana, circulo azul, Chobojos |
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