8 de Septiembre, 2009

La Mujer de las Sombras Largas

Por Jesùs Leonel Puente Colin - 8 de Septiembre, 2009, 12:57, Categoría: Paquete Cuento



 En uno de esos días en que los rayos del sol recorren el cuerpo cual remotos recuerdos de un glorioso ayer, salieron del horizonte dos destellos: esos ojos, y más que esos ojos, esa mirada, nunca olvidaré aunque quisiera.

 Desde un principio sospeché algo turbio en esa deslumbrante mujer, pero no fue sino hasta que desapareció un viejo amigo, cuando empecé a seguir cada uno de sus pasos.

 Vive en el bosque que está a las afueras del pueblo;  su casa es extraña, pero muy hermosa: es una especie de cabaña que tiene muros de un cristal muy resistente y sólo el techo y las esquinas, donde se juntan las transparentes paredes, son de madera. ¿Quién la construyó y cuándo? Sólo ella lo sabe.

Se levanta con la aurora, e inmediatamente se baña mezclándole al agua una esencia de rosas que puedo respirar hasta el lugar donde me escondo para observarla. Sus movimientos son tan sensuales y sutiles que se necesita mucha voluntad para no quedar fascinado y atraído hacia ella.

Invariablemente se viste de negro y sale a pasear todos los días alrededor del bosque hasta que (supongo) se cansa o se aburre. Entonces regresa a su casa y toma sus pinceles para pintar un mar. Siempre pinta mares, tiene decenas de cuadros regados por toda su casa. La primera vez que pude entrar y los vi, sentí una desazón inefable porque todos ellos poseen un encanto sin par, pero también vida propia:  cambian de color y sus olas realmente se mueven y adquieren formas humanas o monstruosas. Instantes después, las aguas se calman y, sin embargo, el conjunto original se ha transformado.

Creí que todo era causado por mi enfebrecido cerebro y por el temor que le tengo desde que encontré, sobre un caballete, el medallón de oro que mi amigo llevaba puesto el día que desapareció; pero, una noche, sucedió algo que me convenció de que no estaba alucinando sino que, en verdad, esos mares pintados tienen una tenebrosa vitalidad: ella llegó acompañada de un hombre que reía y vociferaba, que la besaba locamente sin comprender que no era correspondida su pasión; de pronto, el cuerpo de aquel desconocido quedó paralizado y, a través de los labios, ella le extrajo una especie de humo azulado hasta que lo dejó inerte.

Una vez concluida aquella macabra acción, arrastró los restos, ya sin alma, hasta un pozo ubicado a un costado de la cabaña y sin ceremonia alguna ahí los arrojó. Ella parecía no sentir frío, aunque soplaba un viento helado, y  la expresión de su rostro era serena, como la de las vírgenes de la iglesia. Lentamente regresó, dio los toques finales a una de sus pinturas y desnuda durmió sin sobresaltos.

Cuando despertó, al día siguiente, no cesó de llorar. Al atardecer, cubrió su cuerpo con una túnica de inusual blancura y salió a caminar dando pasos rápidos y ansiosos. Poco antes del crepúsculo, cuando las sombras son más largas, se detuvo en un desolado claro del bosque y,  entonces, desató su frágil vestido para que, de su piel de espuma, pudiera brotar una multitud de espectros conformada por todos los amantes fugaces con los que se había cruzado a lo largo de su existencia.

Espero que no acabe con todos los habitantes de este remoto pueblo minero. Por mi parte, no sé si deseo matarla o amarla: si fallo en el intento de matarla, no imagino qué pueda llegar a hacer conmigo; si la busco para amarla, puede ocurrir que lo único que logre sea convertirme en una sombra más.

No sé quién o qué es, pero no puedo evadir su imagen ni esos intrigantes ojos color esmeralda. Quizá ya no tarda en irse, pues ya casi no queda espacio en su hogar para colocar una más de sus insondables creaciones y, últimamente, sus actividades son escasas y monótonas. Además, antes de dormir (cosa que antes no hacía), enciende una vela y no quita la vista de la flama hasta que la cera se consume, mientras que su rostro adquiere una expresión de profunda pena. Al verla así, me pregunto si es preferible un dolor elevado a una felicidad común y corriente, pero no logro responderme; sólo sé que nunca he conocido una soledad más absoluta que la suya.

 

Ultima y definitiva versión. Madrugada del Viernes 13 = Julio = 2007.

También dedicada a Mayra, por su piel de espuma, como bien dice y ratifica ésta otra historia.

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