V. Socios del Centro,
Socios del Sur; Vecinos del Norte.
Otro
tantos tratados abusivos han sido pactados en toda Latinoamérica, ejemplos
sobran y quizás hasta Wikipedia se saturaría si se propusiera antologarlas
siquiera. Muchas de esas tranZacciones· limitan, si no prohiben,
la producción de ciencia y tecnología
a los “socios” del Centro y del Sur. Si acaso se fomenta o promueve alguna
patente local, es sólo en aquellas áreas que les conviene a los “vecinos del
Norte” para poder sacar su carga o su basura industrial, incluida la nuclear, o
para obtener mano de obra barata (léase paupérrima). Digno de lástima es quien
considere que los enclaves extranjeros generan riqueza al país anfitrión.
Consuelo de tontos pensar que algunos “no estamos tan mal como en otras
partes”.
Un
póker de infamias, por el momento:
La que enajenó el
Canal de Panamá y que apenas al empezar el siglo XXI llegó a término.
Las posmodernas y
elegantes negociaciones brasileñas con la empresa Monsanto para meterle
mano a las entrañas del Amazonas, la mayor reserva de biodiversidad del
planeta.
La que provocó que
los mejores plátanos de Honduras, su principal fuente de riqueza, a
estupendos precios ya estén apartados aún antes de ser plantados (adivinen
para quien).
La matanza de
indígenas en las carreteras de Bagua, al norte de Perú, quienes cerraban
la llamada “Curva del Diablo” defendiendo la parte del Amazonas que les
toca.
No
estaría nada mal ir armando un “Catálogo de Agravios” (9), pero no limitado a
quejas, sino en donde también pudiesen surgir algunas alternativas y propuestas
viables. Esperar los próximos milagros o que sean revelados los nuevos
designios divinos, es una postura demasiado temeraria porque, aunque existen izquierdas
latinoamericanas que hacen algunos esfuerzos para afianzar pactos mínimamente
justos, está latente el afán depredador y “el desencanto se instala. Antes de
que pase mucho tiempo, el adversario detestado vuelve al poder. Su paso por la
oposición no lo hace más amable” (10).
·La
Z es voluntaria. En la gloriosa
Secundaria Pública #10, Leopoldo Ayala, que el año pasado cumplió 75 años de
existencia, me informaron con suficiencia en la materia de Español. No tuve la
misma suerte en otra muy importante. Desgraciadamente, un día, por una broma
pesada que alguien fraguó al maestro de Matemáticas, y como nadie delató al
gracioso, tan enojado estaba que nos
castigó no enseñándonos los logaritmos. Por más que le rogamos para que nos
impartiera ese tema, después lo tuvimos que mal-aprender solos y llegamos
temblando al examen final. Mi primer 7 data de aquellas fechas y, cosa rara, me
enorgullece más recordar esa calificación que varios de mis 10. Fue un castigo
ejemplar, pues era un excelente maestro y tales conocimientos son escenciales
para cualquier cultura académica decente, y, en un mundo tan tecnocratizado,
oro puro. Sin logaritmos matemáticos o sin las transformadas de Fourier, las
computadoras nomás nos sirven para poco más que chatear. Una vez más, dos
maestros de CCH de la tan vilipendiada UNAM vinieron en mi auxilio: uno de
Física (a quien alguna virgen mortal acoja amorosamente en su seno); y otro,
que ni siquiera era mi maestro oficial ni yo alumno suyo inscrito en la materia
de Cálculo Diferencial (elegí Estadística con un nefasto profesor, que también
los hay en la Máxima Casa
de Estudios, y por poco no llego a la licenciatura), dio un curso
extra-semestral, sin paga y por amor al arte; perdón: a la ciencia. Algo
entendí, pero el hoyo negro en mi corteza cerebral ya estaba hecho y no pudo él
hacer todo lo que tan plausiblemente hubiese querido por mí. De ahí la vieja
máxima: “Maestro no es el que sabe, sino el que enseña”. Si existen los dioses,
a este último individuo mencionado, que no le nieguen el paso.