Eras la tierra entera en este yermo paraíso,
pergamino caligrafiado con mis inútiles versos,
luz que acariciaba las sombras llenándolas nuevamente de vida.
Eras el fuego calcinante,
brasa que mantenía ardiendo a este corazón deshabitado,
la indestructible imagen:
que mi sucio espejo siempre reflejaba.
Eras la voz de mi silencio,
el cuadro vacío colgado en las paredes de mi mente,
el principal pretexto para cometer una locura.