Regálame un ramillete de silencios, y me arrancaré la voz de raíz para que florezca tu sonrisa.
A cambio de tu mirada de mar profunda, me convertiré en el eterno náufrago de tus ojos.
Por enganchar de mi cabello los diez pétalos que traes en tus manos, te juro que quito de tajo todas tus espinas.
Robaré a Dios del cielo para dártelo, si dejas que tus manos sean el infierno donde mi piel sufra el placer más insoportable.
Comprenderás que no hay en absoluto algo que razonar, cuando pierda el juicio entre tus besos desquiciantes.
Tu cuerpo es árbol, el mío enredadera, que desde la raíz hasta la última hoja succionará tu savia.
Me ataré al hilo de aliento que nos quede, si aún me sobra vida, para volverme el aire que respiras.
Después… engáñame si quieres, que la verdad de mi amor es, de todos modos, sólo tuya.