31 de Octubre, 2010Impotencia selectiva
Por Leonel Puente - 31 de Octubre, 2010, 22:41, Categoría: Doctor Yonquinstein
La función del orgasmo. Wilhelm Reich.
El doctor Yonquinstein estaba frente al espejo del baño ajustándose un poco la corbata, en la radio sonaba una de sus obras preferidas: El Aprendiz de Brujo de Paul Dukas. Una vez terminados los ajustes de su atuendo, miró sus dos relojes: el de la mano izquierda indicaba que faltaban quince minutos para las dos de la tarde, el de la derecha marcaba, como siempre e invariablemente, las seis en punto. Aquella extravagancia de usar dos relojes—uno que medía incluso las fracciones de segundo y otro cuyas manecillas no avanzaban—tenía su razón de ser: algún filósofo dijo que "Dios juega con los hombres poniéndolos en algún punto entre el instante y la eternidad". Momentos después, mientras se esfumaban las últimas notas de aquella pieza maestra, al doctor se le ocurrió cambiar de estación y de frecuencia para escuchar algún otro tipo de música antes de continuar con sus labores del día. De Opus
- Estamos por concluir la hora de las complacencias y mandamos un saludo a todos nuestros radioescuchas de la delegación Xochimilco, especialmente a
El doctor Yonquinstein apagó la radio y se dirigió a al sillón para adoptar aquella su famosa apariencia enigmática, tan efectiva, especialmente cuando llegaba un paciente nuevo. - Buenas tardes. Pase usted, siéntese y siéntase cómodo, señor Cuauhtémoc. - Buenas tardes, doc. - Dígame usted, ¿en que le puedo ayudar? - Pues verá... soy imponente... (Esa fue la extraña respuesta). - ¿A qué se refiere usted con imponente? ¿Impone su voluntad a los demás? - ¿Dije imponente?... (El doctor movió la cabeza afirmativamente). - Me equivoqué, perdón, quise decir "impotente"... Algo muy distinto... - ¿Y desde cuando comenzó a notar eso? - Hace un par de años... Pero no pasa siempre, sólo a veces... Hay mujeres con las que lo puedo hacer muy bien, con otras me cuesta trabajo o de plano no... El nuevo cliente agachó la cabeza, hundió la cara entre sus manos y tuvo ganas de salir corriendo de ahí, lleno de vergüenza; también estuvo a punto de romper a llorar, pero su sólida formación militar se lo prohibía tajantemente. - Tranquilícese, probablemente su situación no es tan grave ni irremediable como usted cree; de hecho, su sola presencia indica que puede haber una buena solución y que usted ya está en camino de encontrarla. Por lo que me dice, no es usted totalmente impotente... - ¡Pero es que yo antes podía con cualquiera, donde fuera y a la hora que fuera! ¡Hasta me daba el lujo de escoger, de elegir! No que ahora... - Quizá es que, precisamente, ahora escoge, ahora elige más... - No diga tonterías o me largo... - Váyase si gusta, aquí nadie lo retendrá en contra de su voluntad. El señor Cuauhtémoc sintió un odio repentino hacia el doctor y estuvo a punto de irse efectivamente, pero miró su rostro sereno y se mantuvo sentado en el sillón. Permaneció unos momentos callado mientras miraba alrededor del consultorio, luego dijo: - ¡No sabe usted lo mal que me siento! ¡Apenas tengo 39 años! Si tuviera 50 o más, quizá lo toleraría con cierta calma; pero a esta edad la filosofía no me basta, no me sirve... Supongo que también me afecta el tequila, la presión de las responsabilidades desde que me ascendieron a coronel y que últimamente fumo como chimenea, pero hay algo más, no sé qué es pero presiento que hay algo más grave que eso... - La filosofía es útil a toda edad, pero también es un arma con varios filos que puede servir para construirse, reconstruirse o destruirse. Veamos... ¿Tiene usted erecciones regularmente cuándo amanece, cuándo despierta? - ¿Usted también me pregunta eso? - ¿Quién más se lo ha preguntado? - Un médico general, un urólogo, una homeópata, un acupunturista, una amiga psicóloga, una trabajadora social, incluso un brujo de Catemaco... vaya, ¡hasta mi abuelita! - ¿Y cuál ha sido su respuesta? - Afirmativa, es decir: sí, sí se me "para" por las mañanas. Pero ni modo que a esas horas voy a salir a la calle para gritar a los cuatro vientos: "¡Eureka! ¡Eureka! ¡Vengan todos, miren mi formidable erección! ¿Verdad que no?" El doctor Yonquinstein, de naturaleza afable y risueña, casi estalla en carcajadas; pero gracias a su experiencia y disciplina terapéutica se contuvo: habrían sido fatales para aquella primera entrevista tanto una sonora expresión de hilaridad como una total inexpresividad. Sólo sonrió amablemente y preguntó. - ¿Cómo es su madre? - Era una santa, una excelente mujer... ¿Qué tiene ella que ver? Ese era indicaba que estaba muerta. El cerebro del doctor lo registró de inmediato. Había que andarse con pinzas. - ¿Cómo era físicamente? ¿Me la podría describir? - Alta, guera, delgada, ojos claros y grandes. No era miss universo, pero era guapa. - ¿Alguna de sus parejas se parece a ella físicamente? - No sé hasta donde quiere llegar con esa pregunta... Pero ahora que lo menciona, sí, la mayoría eran gueras o de piel blanca. Prefiero a las gueras, me gustan más las gueras y qué, ¿es eso algún problema grave o me va a tachar de racista o algo por el estilo? - Sólo es una pregunta... - ¡A otro perro con ese hueso! ¡Usted quiere jalar hilo para sacar hebra! - De alguna burda manera, tiene usted razón, ¿pero a qué viene usted a terapia sino a hablar y descubrir las causas y razones de su conducta y sus sentimientos? - Pues sí, pero... bueno, además, los tiempos han cambiado mucho, en la última década las mujeres se han vuelto sumamente independientes... y no es que quiera a una monja recatada, sentadita y calladita, pero están muy aceleradas... ¡hay algunas que hasta se ofenden si pagas la cuenta! - ¿Y por qué cree que tiene que pagar usted la cuenta necesariamente? - Así debe ser, ¿o qué no? - No necesariamente. - ¡Que forma de hablar! ¡Si o no doctor! - No está escrito en ninguna parte que por fuerza tenga que pagar la cuenta cuando tiene una cita, pero ya hablaremos de ello en la siguiente sesión. Espero que, mientras tanto, pueda usted tranquilizarse. Señor Cuauhtémoc, haremos todo lo posible para encontrar la manera de mejorar su situación. - ¿Y mientras que hago? ¿No me podría recetar unos viagras o algo así? - Lea un buen libro, vea una buena película, salga a caminar, utilice su tiempo libre en algo que le guste. Tranquilícese, la vida es hermosa, esfuércese por disfrutarla. - ¡¿Y los viagras?! - Los psicólogos no podemos recetar medicamentos, eso lo hacen los médicos. Si su problema fuese estrictamente físico, sería más conveniente que regresara con el urólogo o con un psiquiatra. Nuestros métodos son distintos y su caso implica muchos factores que no se reducen a procesos biológicos o daños orgánicos. Además, en los tiempos que corren, para conseguir los viagras o cosas por el estilo, muchas farmacias se pasan las leyes por el Arco del Triunfo y las expenden como si fueran aspirinas o caramelos. Si lo que busca es una solución pasajera o inmediata, no soy yo ni ninguno de mis colegas con cierta ética a quien usted anda buscando. - No sé qué decirle... pensé que me daría una solución... - Nadie le puede dar una solución a quién no quiere encontrarla. De nada sirve remar fuerte si la dirección no es la correcta*.Si usa algo que no necesita o va con alguien que no puede orientarlo positivamente, incluido yo, puede agravar las cosas. En todo caso y en todo momento, usted tiene la decisión de cómo regir su vida dentro de los márgenes del respeto a sí mismo y a los demás. No abusar del alcohol y del tabaco podría ser muy importante en su recuperación, por ejemplo. El nuevo paciente se le quedó mirando unos minutos y no se despidió. Al salir pagó a la secretaria la cuenta y rechazó fijar una nueva cita; hasta cierto punto pensó que había sido timado y no tenía, ese día, intenciones de volver. Pero una nueva complicación lo haría regresar, aunque meses más tarde...
* Frase de Kenichi Ohmae
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Por Ricardo Arce - 31 de Octubre, 2010, 16:52, Categoría: Galeria
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